Me levanto temprano, muy temprano.
Desayuno una taza y diez grajeas.
Me lavo y me visto.
Salgo a la calle durante una hora exacta.
Desayuno de verdad.
Leo algo de prensa.
Comienzo mi jornada desde casa.
Primero los procesos creativos.
Atiendo el correo electrónico.
Complemento y amplío el trabajo previo a la pausa.
Como.
Sacio mi curiosidad mientras lleno el estómago.
Trabajo un poco más.
Procuro no trabajar más de lo necesario.
Me dedico unas horas.
Ceno.
Una ducha ligera.
Un pequeño ritual.
Un secreto.
Duermo.

A las seis en punto de la mañana, tras anular el despertador justo un minuto antes.
Café con leche, corto de lo segundo, con dos azucarillos, y una lista de diez píldoras de autoestima que tengo colgadas con un imán en la nevera.
Ropa clara o de colores; mejor infantil que deprimente.
Marco el rumbo al salir y nunca repito la ruta, por placer y para evitar sustos; a paso tranquilo, para disfrutar el momento.
Con hambre devoro un tazón de cereales con leche que remato con un vaso de zumo de naranja natural recién exprimido.
Treinta minutos de malas noticias en general que alivio en algunos casos leyendo sólo los titulares o dedicando más tiempo a artículos de novedades o curiosidades.
A partir de las nueve en punto de la mañana soy pensador e iniciador de proyectos profesional.
Me gusta comenzar el día esbozando ideas sobre papel, sintiéndome creativo, por lo que normalmente me centro en ampliar ideas pequeñas que he tenido en momentos más relajados y que he listado en trocitos de papel o su equivalente digital, o las ideas que recibo de nuestros clientes.
A media mañana contesto algunos mensajes y genero algunos nuevos, según corresponda; procuro no dedicar más de una hora a este asunto.
Busco información adicional respecto al proyecto planteado y tomo nota de todo: competencia, formas de mejorarlo, herramientas disponibles para ejecutarlo…
Nunca más tarde de las dos, me dispongo a degustar el menú que encargo a una agencia de catering que suele traerlo caliente sobre la una y media; más barato que una hora de mi tiempo y mi salud le tiene más confianza que a mis aptitudes culinarias.
Acompaño el menú con algún programa de entrevistas o documental ligero.
De tres a cinco de la tarde me centro en elaborar un prototipo rápido de la idea y/o convocar reuniones en horario creativo con gente que me pueda ayudar a desarrollar el proyecto.
Suelo dedicar más de un día al mismo proyecto, pero nunca más de una semana, pues mi trabajo es diseñar e iniciar una primera ejecución rápida, de lo demás se encarga otra gente dentro de mi empresa o incluso de la empresa del cliente que nos encarga el desarrollo de ideas.
De cinco de la tarde a nueve de la noche, aproximadamente, me dedico a disfrutar de mis amigos y de mi tiempo libre, preferiblemente fuera de casa y sin demasiada programación, para que me resulte más estimulante; hago ejercicio, voy al cine, escribo, tomo algo por ahí…
Solo o acompañado, en un restaurante o calentando provisiones, todo según convenga.
Me aclaro un poco el peso del día con agua tibia.
Me acuesto, me arropo y le dedico cinco minutos a la aplicación «Smilebox» que yo mismo programé y que consiste básicamente en una cámara de fotos y una galería que uso para coleccionar sonrisas; a veces fotografío personas, otras veces animales y de vez en cuando objetos, pero siempre con una sonrisa como personaje principal, pues contemplar esas imágenes ha demostrado resultarme más útil para dormir que ciertas pastillas o ciertos otros procedimientos.
Debo confesar, no obstante, que últimamente sólo presto atención a una colección especial de esas fotografías a la que he llamado «Talía», como su protagonista, a quien robo sonrisas tanto con consentimiento como sin él y a la que, pese a compartir muchas cosas con ella, no le he explicado todavía que ensayo con sus sonrisas para mejorar las mías.
Descanso unas ocho horas, como debe ser.

 

– Eqhes DaBit –
– Sant Carles de la Ràpita (España) –
– 25/26, Agosto, 2013 –