Érase una vez que se era una alegre niña llamada Linda y un valiente gato amigo de roedores al que todos conocían como Ratón. Linda y su compañero de aventuras vivían en una pequeña casita de campo cerca de un imponente bosque. Con frecuencia ambos salían a pasear por los alrededores de su hogar, tanto juntos como por separado, pues conocían muy bien el terreno.

Un día Ratón y Linda se adentraron en el bosque más allá del área que les era familiar. Como siempre, disfrutaban de su largo paseo cantando, jugando y contemplando el entorno. Ese día ella se entretuvo a recoger unos frutos en la orilla del camino mientras que él se distrajo unos pasos atrás entre unos arbustos que se movían. Para cuando Linda se dió cuenta de que Ratón ya no estaba con ella fue demasiado tarde. Le llamó repetidamente, pero el gato no apareció. Ratón no temía a nada ni a nadie, así que no se asustó al descubrirse solo, pese a que ya se hacía de noche y estaba algo desorientado. Se paró un momento a pensar y decidió que lo mejor en caso de perderse era acercarse de nuevo al camino y seguir la ruta marcada. No importaba el sentido, en cualquier caso tarde o temprano debía encontrar un pueblo o una casita donde alguien le ayudaría a localizar a su amiga. O quizá, con un poco de suerte, se toparía de nuevo con ella.

Caminó y caminó, adentrándose cada vez más en aquél oscuro y frondoso bosque. Tanto anduvo que en un momento dado se sintió muy cansado. Tanto, que sus ojos empezaron a cerrarse sin su permiso, resultándole cada vez más difícil mantenerlos abiertos. Decidió entonces que era buena idea acostarse en la orilla del camino a reposar un rato. Así fue que se tumbó mirando a las estrellas bajo la atenta supervisión de la Luna llena. Se quedó profundamente dormido arropado por los pequeños rayos de luz que se estiraban hasta el suelo desde los claros en las copas de los árboles. En sus sueños imaginaba que había encontrado a su amiga y que le decía, como siempre, que la quería muchísimo. Y que nunca más se apartaría de ella. La abrazaba y le ronroneaba, y la miraba con sus ojos tiernos y nobles. Al rato se despertó sobresaltado repitiendo: “¡Linda! ¡Linda! ¡No te vayas, Linda!”. Pero no estaba solo cuando abrió los ojos. El gato Ratón se encontraba entre los brazos de un joven muchacho que le apretaba con fuerza contra su pecho y le repetía incansable que estuviese tranquilo, que no pasaba nada, que se encontraba en un lugar seguro. Pronto el gato se calmó. Viendo que realmente el desconocido no pretendía hacerle daño, sino simplemente ayudarle y calmarle, decidió explicarle qué había sucedido. Le contó cómo se había adentrado en el bosque y había perdido de vista a su amiga. Pero Ratón era muy parlanchín y como el chico no se atrevía a hacerle callar, el gato acabó hablando mucho más que lo esperado. No pudo evitar explicarle infinidad de detalles y maravillas de su amiga Linda. Le explicó lo buena que era, lo divertida que era… Y todas y cada una de las aventuras que habían vivido juntos en todos los años que habían compartido. Linda parecía tan genial, que el chaval sintió muchísima curiosidad por conocerla en persona, de modo que se ofreció a acompañar a Ratón en su nueva aventura para buscar a la joven.

Ambos partieron sin rumbo fijo. Recorrieron juntos el bosque entero donde se habían encontrado; de arriba a abajo, sin suerte. Viajaron a infinidad de lugares. Dieron vueltas y más vueltas por todos los rincones conocidos del planeta. Nadie parecía tener notícias del lugar donde se hallaba la casita de campo donde habían vivido Linda y Ratón toda su vida. Nadie sabía el nombre de aquél lugar. Nadie había oído hablar de él. Nadie lo tenía localizado. Era como si el gato hubiese llegado de un sueño, como si todo se lo hubiera imaginado. Pero el joven, que creía profundamente en las palabras e historias que le había contado el gato, confió en él y siguió adelante. Caminaron muchísimo. Investigaron todas y cada una de las pistas e intuiciones. Se hicieron cada vez más amigos dando vueltas por el mundo, soñando ambos con la joven Linda. Después de mucho deambular, cuando ya casi habían perdido la esperanza de encontrar a la bella muchacha, un día llegaron a un bosque muy parecido a aquél donde se habían conocido. Llevaban muchas horas caminando, por lo que consideraron que tal vez sería un buen lugar en que hacer una pequeña pausa en el camino para descansar. Acamparon en un claro donde estirados en el suelo con las cabezas apoyadas suavemente sobre sus brazos dejaron que sus ojos se hiciesen pesados. De ese modo se adentraron ambos en un sueño profundo y tibio, acompañados el uno por el otro.

Linda no desistió en la búsqueda de su amigo el gato. “¡Ratón! ¡Ratón! ¿Dónde estás Ratón?”, gritó cada día desde lo más hondo del bosque, repitiendo milimétricamente el recorrido que había seguido con su amigo la tarde en que se separaron. Un buen día, por fin, se encontró en el medio del camino a su compañero de aventuras acurrucado junto al muchacho. Sonrió profundamente feliz. El día soñado había llegado. “Día soñado” en sentido literal, pues cada vez que volvía a casa después de buscar al gato y se acostaba a dormir, soñaba que les encontraba justamente allí. Es más, antes del momento deseado visualizaba siempre todos y cada uno de los instantes que habían vivido juntos buscándola a ella.

Ratón y su amigo se abrazaron fuerte a Linda en cuanto despertaron. El gato, tremendamente emocionado, empezó a contar cuánto la había echado de menos y todo lo que habían vivido hasta dar con ella. Los jóvenes no escuchaban al animal que hablaba por los codos. No era necesario, ya lo sabían todo el uno del otro. Calladamente arrimados se sonrieron con la mirada y fusionaron sus labios en un tierno beso tan mágico como lo es siempre el primero.

Desde entonces, los tres viven felices en la casita de campo y pasean juntos por el bosque, eso sí, sin perderse nunca de vista.

 

A Raquel A., porque sus sueños inspiran.
– Eqhes DaBit –
– 25, Octubre, 2015 –
– Sant Carles de la Ràpita (España) –