Me voy al bosque, a tomarme unos lingotazos -un “baño”, que le llaman ahora- de esas sustancias volátiles que desprenden los árboles y me hacen sentir bien -en teoría-.

Camino sin prisa, bien atento a las ramas bajas de los pinos, por la zona más inhóspita, buscando tener la dudosa suerte de ver repetidas veces esos hogares arácnidos que tanto miedo me dan, a ver si con el susto se me pasa pensar en ti.

Para olvidarte un rato, a lo largo del trayecto me ato quince veces los cordones de las botas que huelen a romero; unas diez más que cuando no te tenía en mente. Bueno, quizá doce o trece más, ya que para no pensar en ti voy más atento al tema, y confieso que dos o tres de las veces me los ato de nuevo sin que haga falta, por si acaso.

Paso también por la zona de pinchos. Una especie de campo de minas natural, como tu recuerdo. Mientras maldigo los dichosos arbustos de los que no quiero aprender su nombre para poder llamarlos como me salga de la bilis, apenas pienso en ti, porque los pinchazos aleatorios son una gran herramienta de disuasión mental.

Subo a lo alto de la colina escarpada. Busco llegar bien sudado a la cima ventosa, a ver si exudo tu recurrencia. Allí aprecio el error de no llevar una botella de agua encima; pensé que pesaría en el camino como tu recuerdo y no me merecía el esfuerzo adicional. Mientras me sugiero que el esfuerzo no, pero la recompensa quizá sí, me concentro en el frío que tatúa en mi cuerpo el cóctel de sudor y brisa de altura. Es un sacrificio refrescante que a falta de aliento me parece hasta bien; y ya con eso, pues me desconecto un poco más de ti.

Una sombra corre despavorida entre la maleza. Más de cincuenta quilos de oscuridad monte a través. Es claramente una metáfora sobre mi vida. En un alarde de dramatismo pienso que se me podría haber comido, como tu recuerdo. Luego, para no pensar en ti me congratulo de que no haya llegado ni a anécdota y sigo adelante sin miedo.

Un riachuelo sorpresa fluye ladera abajo. Dos hojas a modo de barquitos inesperados me divierten. Doy unos pocos sorbos al agua fresca. Mientras unto satisfecho la manga derecha en una mezcla de restos de agua cristalina, babas y sudor, descubro estupefacto que un poco más arriba hay un cuerpecito plumado a remojo. Está bien para no pensar en ti. Me ocupa un rato la mente mi mala suerte en general, bien merecida en ocasiones.

Retomo la vuelta a casa. Con todo, puedo estar contento: casi me he convencido de que ya no estás ahí. Mis pensamientos recurrentes casi no te nombran, casi no te buscan, casi no te encuentran… Casi me lo creo. Vuelves y tropiezo. Casi me parto un diente, casi con un árbol, casi con el suelo. Pero pongo primero las rodillas que -¡suerte del vaquero!- casi me las pelo. Y a la mierda -eso sí- las manos con un puto cardo que salió volando y ya no lo veo. Pero le pondré tu nombre y, si no te olvido, le cederé el recuerdo para no pensar en ti.

 

– Eqhes DaBit –
– 6, Julio, 2020 –
– Sant Carles de la Ràpita (España) –