Ya está ahí otra vez. Haga lo que haga siempre vuelve justo cuando me dispongo a comer. Da igual qué hora sea. No le importa si estoy solo o no. Ella retoma su estúpida melodía con saña; ese irritante uso del piano que claramente ha plagiado de una escena de «Eyes Wide Shut». Noto su mirada en la nuca. No me atrevo a girarme. Procuro ignorarla siempre, pero tal es su insistencia que poco a poco se me va creando un nudo en la garganta que me impide seguir comiendo. Así consigue toda mi atención. Mi corazón también reacciona contra mi voluntad, echándole un pulso que ella siempre gana. No sé qué quiere. Cada vez debo respirar más fuerte para conseguir notar aire en los pulmones. Me acosa desde hace unas dos semanas. En este tiempo no ha fallado ni en una sola ocasión. Siempre me vence, obligándome a romper en llanto de impotencia o haciéndome suplicar a voces que me deje tranquilo. En alguna ocasión le he rogado que me explique qué quiere de mí para poder intentar complacerla y que se vaya, pero siempre calla. El resultado es siempre el mismo hasta que, de repente, el silencio nos separa y sin más explicación consigo recuperar el control de mi cuerpo.

Pero ya estoy harto, esto no va a seguir así. Ahora mismo me voy a girar y voy a zanjar este asunto de una vez por todas. Sí, ahí está, en lo alto del respaldo. Me ofende su pose arrogante. ¿Cómo se atreve una insignificante mota de polvo a violar mi entereza de ese modo? Y yo, ¿cómo he podido dejar que lo haga? No quisiera ensuciarme las manos, pero es ahora o nunca. Sólo tengo que pasarle el dedo por encima y ya estará, no habrá nada más de qué preocuparse. Procedo. Ya está, ya no oigo el piano. Me siento muy orgulloso de mí mismo; al final parece que no era para tanto, no ha opuesto resistencia. Me siento liberado, me he quitado un peso de encima, no cabe duda.

Han pasado justo ciento cuarenta y cuatro horas desde que me deshice de aquella estúpida mota de polvo. Aparentemente todo va bien, me siento mucho más tranquilo. Sabiéndome libre de cualquier acoso he podido dedicarme algo más de tiempo últimamente. He descubierto, por ejemplo, que disfruto quedándome quieto en posición fetal mirando a un punto fijo. Es tan relajante… De vez en cuando incluso invito a gente a comer conmigo y les pido que me dejen observar un rato cómo comen, mientras yo descanso en mi nueva pose favorita. Relajarse junto a un invitado es mucho más gratificante. A veces me siento tan bien, que incluso me da por cantar en voz alta, compartiendo la melodía con aquello que me rodea. Soy muy feliz.

 

– Eqhes DaBit –
– 14, octubre, 2013 –
– Sant Carles de la Ràpita (España) –